Las estrategias promocionales de marketing que se basan en descuentos, ofertas y rebajas, apelando a nuestro deseo de gratificación inmediata, representan esa promesa de felicidad de muy corta duración que alcanzamos gracias a la compra de un producto ahorrando dinero. No es un delito, todos lo hacemos.
Este mecanismo psicológico, que a menudo tiende a llenar vacíos en nuestras vidas con bienes materiales, conlleva una creciente demanda de producción empresarial y, por lo tanto, un aumento del consumo masivo en un círculo vicioso que se autoalimenta.
El punto es que cuando un ciclo de consumo se vuelve excesivo, tiene significativas consecuencias a nivel individual, social y, como sabemos desafortunadamente, también en el plano ambiental.
El impacto que el consumo excesivo tiene sobre el individuo afecta su esfera privada (estrés por los excesivos gastos y sensación de agobio por la acumulación de demasiados bienes) y su salud psicológica (ansiedad, depresión e insatisfacción).
Desde el punto de vista social, el consumo masivo conduce a un aumento de la desigualdad económica y las discriminaciones de género entre las personas, además del deterioro de las condiciones laborales hasta llegar a la explotación de trabajadores en algunas zonas del mundo.
Finalmente, pero no menos importante, está el impacto negativo que el medio ambiente sufre de un modelo de consumo desenfrenado en términos de contaminación (especialmente del suelo y de las aguas), de agotamiento de los recursos naturales (energía y materias primas) y en términos de cambio climático (aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero).
¿Qué es el Consumo Lento?
El "Consumo Lento", es un concepto basado en la idea de reducir nuestra velocidad de consumo limitando las compras masivas de bienes y basando nuestras decisiones de compra en parámetros diferentes como la calidad y la durabilidad de un producto en el tiempo.
A diferencia del consumo "rápido" e impulsivo, donde las personas adquieren muchos productos sin considerar su verdadera necesidad y el impacto de sus compras, el modelo al que aspira el consumo lento las invita a reducir la cantidad de cosas que compran considerando la necesidad real que tienen de ese bien.
El consumo lento también fomenta la compra de bienes de segunda mano (evitando así la creación de nuevos bienes), la producción artesanal y la compra de productos de kilómetro cero que apoyan la economía local.
Al adoptar entonces un modelo de consumo de este tipo, nos comprometemos a reducir los desperdicios, a elegir productos sostenibles y a respetar el medio ambiente.
El concepto de consumo lento va más allá de la mera compra de productos, sino que también alienta al individuo a tomarse tiempo para apreciar lo que ya tiene y a redescubrir el valor y la conciencia de las cosas en la vida cotidiana.
Diferencia entre Slow Consumption y Consumo Consciente
El consumo lento y el consumo consciente son conceptos relacionados, pero no pueden considerarse exactamente sinónimos. Ambos están orientados a reducir los impactos ambientales y sociales derivados del consumo excesivo.
El consumo lento se centra en desacelerar la velocidad de las compras y en reducir su número, animando a comprar solo bienes necesarios o muy deseados, evaluando en cada caso parámetros intrínsecos al bien mismo como calidad, materiales y durabilidad.
El consumo consciente, en cambio, se enfoca en los efectos y la sostenibilidad de las decisiones de compra, incentivando aquellas elecciones que conllevan una reducción del impacto ambiental. Decisiones informadas, por tanto, que denotan una mayor conciencia del impacto de nuestras compras en el medio ambiente y que favorecen a productos y empresas cuyos ciclos productivos se desarrollan en una perspectiva de sostenibilidad ambiental.
Los beneficios del Slow Consumption
Los beneficios derivados de una desaceleración de nuestros ritmos de consumo son múltiples y a gran escala.
En primer lugar, podemos obtener un ahorro en términos económicos ya que compramos menos y mejor, enfocándonos en bienes de calidad que duran mucho tiempo y no en muchos productos de bajo costo que deben ser reemplazados frecuentemente.
Además, al optar por la compra de lo que realmente deseamos, mejoramos nuestra calidad de vida ya que, aumentando nuestro sentido de gratitud y satisfacción, no estamos constantemente en busca de algo nuevo.
En lo que respecta a los beneficios para el medio ambiente, sin duda al reducir la velocidad con la que consumimos también se reduce la cantidad de bienes producidos. Esto conlleva una consecuente reducción del impacto ambiental debido a la producción industrial.
Además, al comprar menos bienes masivos y preferir las empresas que utilizan prácticas de producción sostenibles, se produce un efecto dominó, por el cual las empresas están incentivadas a aumentar la calidad de sus productos y la sostenibilidad de sus procesos productivos.
Ejemplos prácticos de Consumo Lento en la vida cotidiana
¿Cómo podemos practicar el consumo lento? Empezamos con pequeños pasos en nuestro día a día.
Cada vez que estamos a punto de comprar un nuevo producto, primero nos hacemos las siguientes preguntas:
- ¿Realmente necesito este producto o lo deseo con locura?
- ¿Qué impacto económico tendría para mí la compra de este producto? ¿Sería sostenible o me causaría ansiedad por mi situación financiera?
- ¿Existe una alternativa más sostenible a este producto, como artículos de segunda mano o reacondicionados?
- ¿El producto que estoy a punto de comprar es de calidad o está hecho de materiales de baja calidad?
- ¿Cuánto tiempo puede durar este producto?
- Si se daña, ¿será posible reparar este producto?
Más en general, para acercarnos a la perspectiva de consumo lento:
Compramos menos.
Por ejemplo, compremos menos ropa (especialmente de moda rápida de baja calidad), aprendamos a cuidar la que tenemos lavándola de manera correcta para que dure más tiempo. Otro ejemplo son los muebles; intentemos considerar comprarlos usados o modificar y recuperar los que ya tenemos. Otro ejemplo son los detergentes para la limpieza del hogar; en lugar de detergentes químicos, usemos alternativas naturales como vinagre y bicarbonato de sodio, o bien optemos por comprar detergentes a granel sin embalajes.
Cuando compramos, enfocamos en la calidad del producto prefiriendo las empresas que utilizan prácticas de producción ética y sostenible.
Compramos productos usados o reacondicionados (como prendas de vestir, libros, electrónica, etc.) que no solo permiten ahorrar dinero, sino que a menudo también tienen un valor único. Además, son una fuente de reducción de desperdicios ya que se incluyen en el concepto de economía circular que busca prolongar la vida de los bienes desalentando la producción de nuevos.
Reparamos, si es posible, lo que tenemos cuando se daña.
Aprendemos a hacer la compra de manera más consciente para evitar el desperdicio de alimentos: no compramos demasiados alimentos que caducan pronto de una sola vez, aprendemos a conservar los alimentos de manera correcta para no tener que tirarlos a la basura.